Muy probablemente, si estás leyendo ahora mismo este artículo es porque en tu vida desempeñas fundamentalmente un oficio "intelectual", es decir, tu profesión se basa en la gestión del conocimiento. Estudiante, administrativo, diseñador, gestor, directivo, etc.
La mayor parte de tu tiempo profesional transcurre en un escritorio, delante de una (o varias) pantallas, papeles, teléfonos, etc. Todos los que nos dedicamos a este tipo de actividades, que en una sociedad como la actual somos mayoría, nos enfrentamos a casi los mismos problemas, con independencia de dónde vivamos.
La mayor parte de tu tiempo profesional transcurre en un escritorio, delante de una (o varias) pantallas, papeles, teléfonos, etc. Todos los que nos dedicamos a este tipo de actividades, que en una sociedad como la actual somos mayoría, nos enfrentamos a casi los mismos problemas, con independencia de dónde vivamos.
Un agricultor, un obrero de la construcción, un atleta, etc. aún cuando el desempeño de sus actividades requiere de una concentración intelectual considerable, trabajan relacionándose directamente con el objeto de su profesión. Es decir, tienen menoscapas de abstracción entre las tareas que deben realizar y el propósito de su empleo. Por eso es menos frecuente encontrar procrastinación en este tipo de colectivos. Son personas que llegan agotadas tras una jornada laboral, pero rara vez estresadas por la presión de ver como los proyectos no avanzan porque han postergado sus tareas.
Sin embargo un individuo del otro extremo, genéricamente un "oficinista", está expuesto a todos los males de la llamada "sociedad de la información" y la tecnificación que la rodea. Por un lado, debe gestionar en su mente conceptos abstractos, nuevos, difusos, difíciles de acotar o materializar. Por otro, esa gestión debe realizarse empleando herramientas sofisticadas que a menudo entran dentro del infierno de la Complejidad Artificial. Todo ello conduce a activar en la mente de la persona víctima de la procrastinación un mecanismo de autodefensa consistente en la evitación de la ejecución de las tareas, ya que ésta (su mente) es incapaz de imaginar la resolución de dicha tarea y por lo tanto imaginar también en la gratificación que le proporcionará su conclusión.
Por ejemplo, un operario puede quedarse bloqueado en su tarea de instalar una tubería porque un vecino le deniega el derecho de paso por su casa. Es una circunstancia objetiva, palpable, que en cuanto se desencalle permitirá acabar la faena simplemente añadiendo horas de trabajo más o menos laborioso. Este operario, si realmente está capacitado para su trabajo, no se quedará petrificado ante la pared con su martillo en la mano, incapaz de iniciar la instalación. De nuevo en el otro extremo podemos tener por ejemplo a una consultora sentada en la butaca de su despacho, con su taza de café en la mano, observando la luminosa pantalla de su computadora, con una ventana en blanco esperando que empiece a redactar un informe sobre las conclusiones de una reunión improductiva que tuvo el día anterior que trataba sobre análisis de riesgos de futuras compras de software y que debe entregar esa misma tarde sin falta a un cliente que habla un idioma distinto.
En ambas situaciones hay un abismo motivacional que hace que la procrastinación haga estragos en un lado y a penas se detecte en el otro.
Ante esta problemática, han surgido toda una serie de estudiosos en la materia que han sacado a la luz variados métodos o técnicas que supuestamente alivian o solventan estos infiernos laborales. Herramientas de gestión del tiempo y las tareas, también conocidos como GTD ("Get Things Done") compuestos por agendas, temporizadores (como en la "técnica del Pommodoro"), etc. En resumen toda una panoplia de artilugios ideados para controlar el tiempo que invertimos en nuestras tareas, ordenarlas, etc.
A menudo también se ha sugerido que estos caminos son la salvación del procrastinador. Lo cierto es que esto, en general, es falso.
A pesar de que dichas técnicas son fundamentalmente útiles y prácticas, en el mejor de los casos (y solo dentro de una fracción del espectro de procrastinadores) solamente ayuda a mitigar levemente las consecuencias de la procrastinación, y nunca ataca a las raíces del mismo. Un procrastinador sabe con más o menos precisión qué debe hacer y cuándo debe hacerlo, pero NO LO HACE. Un procrastinador puede estar perfectamente bloqueado y rodeado de agendas, programitas gestores de tareas, teléfonos, listados, cronómetros, etc. Es decir vivir arropado de todo un arsenal de herramientas de GTD y estar en blanco, inactivo, o prestando toda su atención y recursos intelectuales en una tarea intrascendente pero que cuya gratificación sí pudo resolver en su mente. Ahí está la clave.
Por eso es tan y tan frecuente charlar con procrastinadores que comentan cuánto dinero y tiempo han invertido en supuestas herramientas mágicas y cómo han fracasado una y otra vez con ellas.
Para atacar la raíz del problema hay que saber dónde está primero. Y lo mejor es hacer el esfuerzo de sacarnos de nuestras circunstancias habituales y verlas desde una perspectiva alejada. Y es en ese momento donde, quizá, nos demos cuenta de que nuestra mente sencillamente se planta, saturada de una abstracción artificial que no puede, no sabe o no quiere gestionar y se rebela haciendo huelga, negándose a ejecutar lo que el cerebro racional indica y desviando la atención a otras tareas que sí son gratificantes. En otras palabras, hemos forzado, encarcelado, condenado a nuestra mente a trabajar en donde no está preparada.
Hay que cambiar de circunstancias. De vida. Buscar si está disponible una alternativa. Y si no, crearla.
Porqué no funcionan los sistemas GTD con un procrastinador
Escrito por Ignacio Lirio
Martes, 28 de Diciembre de 2010 05:57