Tras perseguirlo por tierra, mar y aire, finalmente aterriza en mis manos un documento histórico realmente apasionante. Se trata del “
Manual contra el Despilfarro” que
Rafael del Pino, fundador de Ferrovial, publicó en
julio de 1962. Veintiocho páginas, escritas personalmente, en las que pretende instruir a sus directivos sobre cómo luchar contra “
ese dragón de siete cabezas que se infiltra por todas partes (…), ese devorador de las empresas”.
Mezcla el paternalismo didáctico (“almacén es vocablo árabe que significa tesoro”) con la autoridad ("tengan la máquina a punto, vigilen su rendimiento, estudien cuidadosamente las instrucciones de empleo...") y no duda en aterrizar en los detalles más nimios cuando así lo considera conveniente (“pongan portaetiquetas en las estanterías que permitan cambiar la cartulina siempre que haga falta”). Se trata de una pieza a conservar, llena de sentido común y de esa inteligencia práctica que no se aprende ni en las universidades ni en las escuelas de negocio. En ella no es difícil encontrar las claves del éxito empresarial que acompañaría a Del Pino a lo largo de su dilatada vida profesional.
Les recomiendo encarecidamente su lectura, que no les llevará más de media hora y que no puede ser más oportuna. En un mundo en el que “austeridad” es el vocablo de moda, no está de más entrar en el análisis de su antónimo, de esa “pérdida que no se recupera y a nadie beneficia y a todos perjudica” que es el despilfarro y cuyo combate “no pueden ser recetas y remedios sino un estado de ánimo”. Ay si tomaran nota también los políticos…
No en vano, “no hay despilfarro pequeño, pues una misma forma se repite muchas veces y tiende siempre a aumentar, por lo que pronto adquiere caracteres de importancia”. No he podido evitar acordarme del consejo que me dio mi madre el día de mi boda cuando, camino del altar, me señaló “lo que hunde la administración de una casa son los totales: total, si son cinco euros; total, si son diez”. Puro saber popular. Del Pino no duda en recordar recurrentemente el impacto anualizado de pequeños ahorros o de pérdidas menores como ejemplo tangible de esa filosofía.
Además insiste en una idea que hemos defendido siempre en Valor Añadido:austeridad no es menor gasto sino mejor gasto. Economizar no es apostar por lo más barato, el dinero de los pobres hace el camino dos veces, sino elegir la opción que más se ajusta al fin que se persigue, “aquella que realice el trabajo con mayor garantía y rapidez”. Y es una constante a lo largo del texto su referencia al coste de oportunidad tanto de espacio físico, como de consumo de tiempo o financiero.
De especial interés es el Capítulo IV, “El Despilfarro en el Trabajo”, que se combate con dos principios: el de optimización (“hacer las cosas con el menor trabajo posible”) y el de subsidiaridad (“no hagas el trabajo que puede ser realizado por uno de tus subordinados”). Su lucha parte de una buena planificación y organización, materias a las que dedica una parte importante de la sección, con dos apartados realmente deliciosos: “el despilfarro de la autoridad”, sobre aquello que no tienen que hacer los jefes, compendio de sabiduría, y “el despilfarro del pensamiento”, guía de gestión absolutamente imprescindible.
Nada más, hoy el Valor Añadido de la columna del mismo nombre viene de prestado, como en tantas otras ocasiones. Espero que disfruten tanto del Manual del Despilfarro como yo. Recorran su texto, respondan a las preguntas que el patriarca de los Del pino formula, interioricen sus consejos, contextualicen sus recomendaciones. Quien cree que no tiene nada que aprender es porque no tiene nada que enseñar. Pues eso.