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El coste oculto de la dispersión



Encontré un comentario en un portal donde alguien se quejaba de los defectos de algunos ejecutivos españoles: no saben inglés, se interrumpen en las reuniones, los mails son agresivos… Aunque no lo mencionaba, yo pensé que otro defecto es la falta de síntesis: la dispersión.
Sintetizar una idea es algo bastante difícil. Todos podemos analizar las cosas, desgranándolas como terrones de azúcar, dividiéndolas en partes y categorías. Pero reunir el lego de las ideas, y construir un concepto es algo que requiere mucha disciplina mental. Mucha práctica. Resumir algo complejo en palabras simples es  una virtud enorme.
Una vez más la tradición siempre sale a flote. Los alemanes tienen una gran mentalidad sintética. La prueba es que han producido los mayores filósofos de la historia moderna. Analizan y sintetizan. Para sintetizar un sistema filosófico en una frase, se requiere haber paseado a solas por muchos bosques.
Ortega y Gasset, de gran tradición alemana, era un gran sintetizador. No sólo nos explicó que cada hombre es el resumen de miles de años de historia cultural, sino que lo resumió en una frase: “Yo soy yo y mis circunstancias”.
Pero no es fácil ver pensadores sintéticos. O tantos ejecutivos sintetizadores.
La primera parte de las reuniones de trabajo nos la pasamos dándole vueltas a una idea que no teníamos clara, y que ni siquiera habíamos pensado antes. Hace poco estuve hablando con un coach australiano afincado en España (este fin de semana próximo comentaré su libro), y me dijo que las empresas le llamaban para que diese clases de liderazgo a los ejecutivos, pero no le explicaban por qué necesitaban esas clases ni para qué estrategia. Muy típico.
No se piensan las cosas, sino que se siente una especie de flato emocional y luego se toma la decisión de hacer un curso de liderazgo.
Eso supone que la primera parte de cualquier reunión se dedica a ver de qué va la reunión. No hay nadie que sintetice las propuestas. Las reuniones se llenan deverborrea inútil, de comentarios simpáticos, de ingeniosidades, chistes y fútbol, pero no se va al grano. Es más cuando alguien tiene que explicar sus ideas, le cuesta mucho porque no sabe organizarlas en su cabeza.
A todos nos cuesta dominar el universo de los conceptos porque está lleno de planetas abstractos: ¿quién es capaz de definir la estrategia de una empresa para los próximos cinco años? ¿O de explicar en pocas palabras por qué no funcionan los planes de formación? ¿O en qué fallan los directores? ¿O qué necesita eldepartamento de marketing?
Muchas veces, las mismas ideas se repiten varias veces. Otras, se dice una cosa al principio, y la contraria al final. Nos hace falta un mecanismo mental que ponga los conceptos en su sitio como si fueran engranajes.
El coste de esa falta de síntesis, de la verborrea, de la dispersión, es gigantesco. Es un coste oculto que las empresas no quieren asumir. Las mejores reuniones en las que he participado son aquellas en las que hay un monitor, un líder, una cabeza, que pone en orden las ideas, les da un valor, evita los despistes, y encima lo hace con tal encanto y naturalidad que todo el mundo asiente sin rechistar porque no nos hace perder el tiempo.
¿Dónde conseguir elementos para adiestrar la mente? Hay ejemplos como los mapas mentales. Otro es leer los libros de Baltasar Gracián. Libros de frases célebres. Epigramas. Uno de los mejores que conozco consiste en dibujar lo que se quiere contar. Lo llaman pensamiento visual. Los chicos de Xplane son unos maestros en ello.
Pero yo creo que el mejor es irse adiestrando cada día en decir más cosas en menos tiempo.